Queridos amigos,
Estas han sido semanas sin precedentes para el mundo mientras el coronavirus sigue esparciéndose con mayor rapidez que nunca, trayendo sufrimiento e incertidumbre. En este boletín, Jelena Miličević, una facilitadora en el Movimiento de predicación en Bosnia y Herzegovina, nos recuerda los distintos tipos de infecciones que pueden dañar nuestras vidas y las vidas de otros.
Hoy fui a comprar algo. Vi personas usando máscaras, manteniendo la distancia social y, en la tienda, la radio reproducía las medidas de seguridad que debemos seguir. Era un tanto escalofriante. En todas partes mis conciudadanos estaban con expresiones de temor en sus rostros.
Estar asustado es comprensible. Este enemigo es invisible. Crea incertidumbre. ¿Alguien me infectará? ¿Infectaré a alguien? Esta segunda pregunta me hace sentir miedo. Vivo con dos personas jubiladas que tienen problemas de salud y no quiero ser una causa de sufrimiento para ellos. Así que, lavo mis manos con mayor cuidado. No toco pasamanos. Dejo mi abrigo afuera en el balcón. Echó spray a mis zapatos. Uso un tapabocas y guantes. Pero no vivo en temor. Creo en Cristo quien me redimió y tiene un plan para mí. Sé que Dios mantiene todas las cosas en sus manos y que Él está en control.
Estas experiencias me hicieron pensar sobre otras cosas.
¿Cuán cuidadosa soy cuando se trata de cosas espirituales? ¿Tengo cuidado de no infectar a otras personas con mis actitudes negativas, o con mi rabia y falta de amabilidad con la gente que está en contacto conmigo? ¿Me pongo un tapaboca para detener las palabras que no glorifican a Dios, palabras que puedan infectar, o incluso matar? Confieso que a veces no me doy cuenta cuánto daño puedo hacer a otras personas cuando juzgo sin pensar, me quejo, critico, o cuento chistes inapropiados. Algunas veces mis palabras sin cuidado y acciones pueden ofender a alguien. En vez de ser alguien que lleve las personas a Cristo, soy quien los aleja de Él.
El enemigo de nuestras almas es invisible. No siempre lo reconocemos. Se oculta en las sombras y trae duda, temor, juicio, rabia, y nos tienta a pecar. Recogemos sus gérmenes y los esparcimos alrededor, sin saber sobre a quienes contaminamos en el camino. Necesitamos ser más cuidadosos cuando pensamos, hablamos y actuamos.
Debemos brillar con la luz de Jesús y permitir que su vida brote desde nuestro interior. Mostramos nuestro amor a nuestros prójimos al ser prudentes y cuidando de ellos. Nos volvemos en quienes traen esperanza y gozo a otros y quienes muestran fuerza para resistir cada temor y tentación.
Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos. Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. 17 Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él. (Col 3.12-17).”
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