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Foto del escritorLangham Predicación

Jesús y los rechazados

Queridos amigos,

Estas han sido semanas extraordinarias para el mundo mientras el coronavirus sigue expandiéndose, trayendo sufrimiento e incertidumbre. Este jueves, Phil Nicholson, nuestro coordinador regional en el Este de Asia, trae unas palabras de ánimo de su experiencia en la exclusión y aislamiento.


Al finalizar marzo, mi esposa, Irene, y yo retornamos de una visita a nuestro hogar en Australia hacía nuestro hogar en Taiwán. Como todas las llegadas recientes, estuvimos en cuarentena por 14 días. Este fue un pequeño inconveniente comparando con lo que muchos otros enfrentan. Pero lo que me llegó fue cómo otros nos trataron y cómo nos hicieron sentir.

Antes de llegar a Taiwán ya fuimos inmediatamente considerados “impuros”. Nos echaron spray con desinfectante y fuimos escoltados por un transporte especial hacía nuestra cuarentena. Por las siguientes dos semanas no nos permitieron salir ni a la puerta del frente de la casa, ¡bajo la amenaza de una multa de 30.000$us.! Teníamos visitas de la policía local para ver si no habíamos roto la cuarentena y apenas abría la puerta, ellos darían un paso atrás por miedo a estar muy cerca de mí. Un colega nos trajo comida, pero la dejaba en la grada de la puerta y no quería aceptar un reembolso por temor de tocar nuestro dinero.

A pesar de no estar enfermos, nos sentimos como marginados de nuestra vida normal. Afuera podíamos ver a otros desarrollar su vida cotidiana, pero éramos parte de ella. Por la forma en que nos trataron, comencé a sentirme impuro y una amenaza a la salud de otros. Nos sentimos como “leprosos”

Esta experiencia me hizo reflexionar en las leyes de impureza del Antiguo Testamento. A través de la culpa personal, mucha gente fue excluida de los gozos de la vida comunitaria simplemente por quienes eran, o por su enfermedad. Esto no sólo era un inconveniente físico, sino también una carga psicológica y espiritual de exclusión, rechazo e indignidad. Es por esto qué los profetas muchas veces hablaban un mensaje de sanidad y la esperanza que trae. Como Jeremías ora: “Sáname, Señor, y seré sanado;

sálvame y seré salvado, porque tú eres mi alabanza.” (Jeremías 17:14, NVI) Sanar no solo es una restauración de salud física, sino representa la integridad y santidad, aceptación por el Señor, e inclusión entre su gente.

Y Jesús llena esta esperanza mientras valientemente y compasionadamente toca al impuro y lo hace limpio. “Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y tocó al hombre. Sí, quiero —le dijo—. ¡Queda limpio!” (Lucas 5:12-13, NVI)

Aquellos tocados saben que son aceptados e incluidos de nuevo.


No solo son las enfermedades de la piel, o COVID-19, las que pueden hacernos sentir mal. Podemos sentirnos “impuros” como resultado de nuestras propias acciones, o simplemente porque otros nos tratan así. Sentimos el desprecio, su rechazo, su temor y creemos en cierta forma que lo merecemos. Pero la esperanza del evangelio es que Jesús nos alcanzó, y (sin ningún equipo de protección personal) nos toca, anunciando que estamos completos, somos incluidos, somos amados.

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